Don DeLillo

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Don DeLillo, retratado en Nueva York

Don DeLillo, retratado en Nueva York

PASCAL PERICH | 05-06-2011
Don DeLillo, retratado en Nueva York.


"Llegué a temer por mi salud mental"
De los cinco autores vivos más importantes de la literatura actual en lengua inglesa, solo uno, J. M. Coetzee, no es estadounidense. Los otros cuatro (Thomas Pynchon, Cormac McCarthy, Philip Roth y Don DeLillo) se mueven en órbitas muy distintas entre sí. Roth indaga en la condición humana como si los cambios acaecidos en el arte de novelar después del siglo XIX no fueran con él. McCarthy, cartógrafo del mal, es el más fiel seguidor de Faulkner. Con ribetes de genio loco, Pynchon llega a regiones a las que casi nadie tiene acceso. Coetzee, por su parte, comparte con DeLillo una visión humanista del arte en la que el rigor técnico está al servicio de la gratificación estética.

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P. Usted afirma que la literatura es una zona distinta de la experiencia. ¿Qué quiere decir?
R. No hay palabras para explicar una cosa así. Hay veces que las frases parecen escribirse por sí mismas, sin que yo sepa exactamente de dónde surgen. También me ha sucedido que la estructura de la novela se despliega ante mí sin que intervenga mi voluntad. Es una suerte de revelación.
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P. A veces la lectura de su obra deja la sensación de que se propone trascender el lenguaje, llegar al ámbito de lo no verbal.
R. Antes empleé la palabra revelación. Hay cosas que el lenguaje no es capaz de comunicar, ideas que resultan imposibles de articular. Cuando se entra en la esfera de lo inefable, surgen conceptos inasibles que procuro atrapar y regresar con ellos al ámbito del lenguaje para darles forma.
P. Después de Submundo, que muchos consideran la culminación de su trayectoria, su obra entra en una nueva fase, con narraciones más desnudas, más breves, en las que lo visual parece jugar un papel determinante.
R. Uno de los aspectos más importantes de las obras que he escrito en los últimos 10 u 11 años es la reflexión que hago acerca de la naturaleza del tiempo, un enigma insondable que se infiltra en mis libros, impregnándolo todo. El tiempo y las pérdidas irreparables que trae consigo.
P. ¿El tiempo y la muerte?
R. En el sentido de que la creación artística es una suerte de fuga, un escape que busca descifrar el misterio de la mortalidad, la máxima aspiración de toda obra.
En 2004 Don DeLillo publicó Contrapunto, una escueta meditación en torno a la soledad y el arte. Pese a tratarse de un texto muy breve, en él se condensan las preocupaciones esenciales del escritor. Los ensayos que lo integran tienen como objeto una película que filma la huida épica de un esquimal y las semblanzas de tres artistas asediados por la soledad radical que acompaña a la creación artística: el músico de jazz Thelonius Monk, el pianista Glenn Gould y el escritor austriaco Thomas Bernhard.
R. Ese libro responde a un esfuerzo muy serio por mi parte. Los temas que trato en él son los que más me preocupan. Los creadores de quienes hablo cayeron en alguna forma de depresión, posiblemente algo casi inevitable cuando se es un artista serio. En los años cincuenta frecuentaba un club de jazz del Greenwich Village en el que solía tocar Thelonius Monk. Aquellos conciertos fueron uno de los catalizadores del libro. En cuanto a Bernhard, su voz me sigue pareciendo tan asombrosa como cuando lo leí por primera vez. Bernhard era un disidente del espíritu humano. Glenn Gould me resulta más lejano, pero su ejecución de las Variaciones Goldberg nunca ha dejado de hipnotizarme.
P. En el libro hay una imagen imborrable: Monk sentado al piano en silencio, mientras los músicos y el público aguardan expectantes. Monk escucha algo que nadie más alcanza a oír. La imagen me lleva a usted, envuelto en una aureola de silencio al margen de las palabras, fuera del tiempo.
R. Un crítico francés dijo que mi escritura le hacía pensar en la música de Thelonius Monk. Me fascina el hecho de que varios años antes de morir dejara de tocar. Un misterio más del arte...

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